viernes, 1 de diciembre de 2006

dos (2) seguNdos más+

Eran las siete de la tarde en la autopista La Plata – Buenos Aires y viajábamos a 120 en un Clío gris. Yo estaba sentado en el asiento del acompañante cebando mate, de fondo sonaba Divididos y hablaba con los dos que iban en el asiento atrás. El que manejaba miraba para adelante y agarraba el volante con las dos manos. Todos teníamos puesto el cinturón de seguridad.
A unos metros había un Falcon verde que viajaba a poca velocidad, todavía faltaba un rato para pasarlo por la izquierda. Ïbamos a una fiesta y no teníamos ningún apuro en llegar.
_ Listo, ahora a conseguir perras…
_ ¿Cómo es la movida? –pasé el mate- Tomá.
_ Asado y después no sé, seguro que salimos.
Lo vimos todos, y nos quedamos callados. Un Renault 19 blanco entró rápido desde el carril derecho y se metió entre nosotros y el Falcon. El espacio para pasar tranquilos quedó ocupado por un nuevo auto que prendió las luces de stop al pisar el freno. El baúl iba creciendo, nos estábamos acercando demasiado. Por un momento se podían distinguir las letras y números de la patente.
Uno de los que estaba atrás habló con la voz más pausada posible.
_ Che –señaló con el dedo-, el auto.
El conductor pegó un volantazo rápido con la mano derecha sin que le cambie la expresión de la cara. Las ruedas hicieron un chirrido y pude ver por la ventanilla que la cola del 19 estaba a diez centímetros del espejo retrovisor.
Después de un rato de autopista vacía y velocidad constante, el que manejaba habló.
_ Estuvo cerca –giró la cabeza-, ¿no?
_ Re cerca, dos segundos más y…
Un olor a caucho quemado inundó la cabina.

behiNd

“Ahora soy un axolotl”
Julio Cortázar, Axolotl

Ahora estoy detrás de la barra. Empieza siempre igual, llego, saludo y acomodo cosas en los dos metros que voy a ocupar durante el resto de la noche. Debajo de la barra hay dos licuadoras, muchas botellas, dos baldes con hielo, vasos de todo tipo y una tablita con rodajas de limón. El piso está cubierto por tablas de madera para que el líquido que se derrama quede abajo. Pasó de casualidad, pero estoy detrás de la barra. Se pasa bastante rápido, hasta que entra la luz lavada de la madrugada por la ventana y se ve la mugre, el pegote y la fealdad de algunas minitas antes bonitas.
Es una cuestión mecánica. Una vez que tengo todo listo empieza como si fuera una carrera de burros. Al principio vienen de a poco, piden una cerveza o lo que sea, el precio, preguntan cosas. Después cambia, se transforma en una vorágine de cuerpos, saltan por encima de los que están pegados a la madera y levantan el dedo gesticulando palabras que no escucho pero entiendo. Una atrás de otra sin parar. Ahora estoy detrás de la barra, el bar está lleno de gente mientras la misma música de todos los fines de semana ruge por los parlantes.
_ Flaco –un petiso con una remera de Linterna Verde muestra el dedo índice en alto- ¡Una cerveza!
Me doy vuelta, abro el freezer, saco la botella y la acomodo sobre la barra. Le muestro siete dedos, aparta la guita de billetera mientras pide tres vasos, saco el destapador del bolsillo posterior derecho del pantalón, la abro y le pongo los vasos de plástico amontonados en el pico.
_ ¿No tenés de vidrio? –abre las manos indignado.
_ No.
Me estira un billete de veinte, camino seis pasos exactos hasta la caja. El encargado la abre, le doy la plata y me da tres pesos.
_ Te di uno de veinte –señalo los billetes.
_ ¿Seguro? –le da un vuelto al otro barman.
_ Si, seguro.
Me da diez más. Entrego el vuelto. Ya tengo más dedos índices levantados. Elijo uno mientras miro a la moza que se desliza entre la gente y me pide dos fernet. El dedo índice quiere Speed con melón (odio abrir la botella de licor de melón, es demasiado dulce). Pongo tres vasos en la barra, dos hielos a cada uno, sorbetes, lleno hasta la mitad de melón al primero. Le pongo un cuarto de fernet a los otros dos, los volteo y los termino con Coca Cola. Espero que baje un poco la espuma yendo a buscar la lata en el freezer, hundo la cabeza y hago como que busco. Está fresco ahí adentro.
_ Ocho pesos –le alcanzo el vaso y la lata.
Saca la plata, paga justo, la tiro arriba de la caja. Elijo otro dedo mientras les hago señas de que esperen a las manos, bocas y caras impacientes.
_ Una con cinco, capo.
Pienso que no llenás cinco vasos de con un litro. La cerveza y los vasos ya fueron agarrados y metidos en el amontonamiento de gente.
_ Siete –levanto el pulgar mientras me da la plata.
Cae una botella de cerveza y salto hacia atrás para que no me salpique. No lo logro y pienso que ahora apesto a birra. La acaba de tirar un boludo grandote con una musculosa blanca y anteojos de sol. Seco con un trapo y cara de culo. El trapo tiene ese olor húmedo de borrachera, de alcohol pesado y nauseabundo. Después de escurrirlo, agarro todos los ceniceros de la barra, los vacío y los devuelvo a su lugar.
Vuela otra chapita, llegan otros siete pesos. La moza me pide tres cervezas y un Gancia con limón. Agarro la coctelera, la lleno con hielo picado hasta la mitad, lo mismo de Gancia y un chorro de limón líquido. Dos rodajas para el vaso, meto el sorbete, tapo la coctelera, bato hasta que se enfríe, lo vuelco sosteniendo algunos pedazos de hielo con la pajita.
Vienen tres pendejas con poca ropa, se cuelgan de la barra y me empiezan a llamar a los gritos. La más rubia aprieta sus tetas con los brazos, haciendo que salten del escote de la remera y me habla con una voz chillona, sin sensualidad. Me llega un vaho de perfume dulzón, casi empalagoso.
_ ¿Qué nos vas a regalar? –sonríe y me mira la boca.
_ Nada –no muevo la vista de su escote a punto de estallar.
_ ¡Ay, sos re malo! –afloja los brazos, se indigna.
_ Si -le sonrío-, ¿viste?
_ ¿Y qué puedo hacer –se lleva un dedo a la boca- para que me regales algo?
_ Usar tu imaginación.
Un cuarentón con cara de aburrido aparece desde un costado. Apoya el codo, levanta la mano con seriedad y pide la carta. Se la alcanzo, me voy a venderle una cerveza a una gorda de blanco mientras las pendejas me siguen gritando (preguntan mi nombre, me repiten que no sea malo). El cuarentón pide un Chivas con un hielo.
_ ¿Aceptan dólares? –saca la billetera.
_ Ni en pedo –le dejo el Chivas y me da doce pesos.
Veo una sonrisa que me gusta, es de una morocha con flequillo y piel muy blanca que está sentada hace un rato. La sonrisa es para mi, le respondo con otra y le alcanzo un cenicero para que apoye su cigarrillo.
El otro barman me hace una seña desde la punta, un sutil cabezazo. Paso corriendo, le digo al encargado que voy al baño, el barman me acerca la mano disimulada por detrás. Agarro la bolsita blanca. En el camino me cruzo al bachero corriendo a toda velocidad con muchos vasos sucios en las manos.
Me meto en el bañito de la cocina, cierro la puerta, saco la tarjeta de plástico de las promociones de la farmacia, apunto mirando al espejo y aspiro una vez de cada lado. Espero un poco más mientras respiro el aire (liviano, fresco), tomo otra vez y salgo corriendo.
Suena Cosmic Girl (Jamiro Quai) y entro a la barra a los saltos. Devuelvo la bolsita con disimulo y de nuevo a los dedos índices y las cervezas. Ya es bastante tarde, se ven huecos de vacío entre la gente. Ahora hay manos que me llaman.
_ Che, ¿sale -apenas entiendo lo que dice, las palabras se pierden en una boca torcida- una por cinco pesos?
_ Ni a ganchos man, no depende de mí.
La morocha sigue ahí. Ahora me llama con la sonrisa, voy sin hacerle caso a las manos desesperadas.
_ ¿Me das un fernet?
_ Lo que vos quieras –seguro puse cara de estúpido.
_ ¿Lo que yo quiera? –levanta una ceja.
Sonrío, me apoyo en la barra, pego un saltito y mi boca contra la suya. Se ríe. Después le doy el fernet y no le cobro. Tengo que volver a las manos levantadas a las que se suman gritos desesperados. Más chapitas, billetes y botellas. Me duele la espalda y todavía falta para tener algunos momentos de esparcimiento (para invertir con la morocha). Ahora le habla una amiga al oído, se levanta y se va saludando con la mano. Hago un puchero con la boca y respondo el saludo deseando que vuelva.
El reflejo del sol contra el edificio de enfrente empieza a entrar por la ventana. El bar está casi vacío, en la barra queda una pareja besándose como con ganas de otra cosa.
_ ¡La hora juez! –grita el otro barman.
El encargado mira el reloj, y después asiente con la cabeza. Me da mi paga (el equivalente a cinco vasos de fernet) y me dice que vaya. Limpio todo, agarro las fraperas, la tablita vacía, la coctelera y las licuadoras y llevo todo tambaleando para atrás.
_ Chau, me fui.
La calle está desierta y es de día. Adentro del bar todavía quedan algunos borrachos. Llamo al primer taxi que pasa.

lunes, 27 de noviembre de 2006

viaje a la luNa (parte uno)


Hace como un mes fui a visitar a un amigo a Buenos Aires. Nacimos en el mismo pueblo, pero emigré a La Plata buscando una vida sin mayores sobresaltos. El no, aunque encontró eso antes que yo. Por esas vueltas terminó viviendo solo en una fábrica de muebles en Tortuguitas, en una zona en la que no hay ni asfalto ni ruido ni otras casas. Me fue a buscar en su auto a Retiro, lugar al que llegué después de un tren rápido y un subte todavía más rápido.
El viaje hasta su casa era bastante largo, por la Panamericana hasta ruta 8 y después de un rato se llegaba. Resultó agotador por un accidente en la autopista, un camión volcado justo en la bifurcación que atoró el tránsito durante horas. Íbamos a paso de hombre, mirando las caras que conducían los otros autos, completamente agobiadas. Todas decían “quiero llegar, la reconcha de la lora”. Quizás tenían ochenta puteadas más.
En la fábrica comimos un asado al lado de la parrilla. Era un lugar muy cómodo, las máquinas apagadas dentro del galpón y nosotros en un patio iluminados nada más que por el fuego. Más allá de las cercas de alambre tejido todo era oscuridad y silencio. Cuando la hora fue la prudente, envalentonados por el vino, decidimos salir. Otra vez el auto y la autopista, aunque esta vez estaba casi desierta. El viajecito fue rápido y sin contratiempos, y llegamos hasta una especie de costanera llena de gente y estacionamientos. Metí las manos en el bolsillo, saqué el atado de cigarrillos y comprobé dos cosas: que me quedaban tres y que no había ningún lugar donde comprar más.
Era una zona bares muy bonitos, todos bien iluminados y con grandes carteles que distinguían más o menos a unos de otros. Al que finalmente entramos tenía grandes ventanales, como paredes de vidrio; luces tenues y decoraciones de neón. Nunca miré el nombre. Entramos atravesando un pasillo formado por una docena de rubias altas con remeras de Speed Unlimited. A ninguna le llegaba más allá del cuello. Nos dieron un volante que no sé qué decía porque lo abollé cuando llegué a la barra.
Lo que seguía me resultaba extraño, mucha gente sentada, parecida entre sí pero con sutiles diferencias. Parecían maniquíes muy realistas en una gran vidriera ambientada como un bar. Ellas con polleras y remeras escotadas con volados y en los pies zapatos con tacos de corcho bastante altos. Ellos con camisas rayadas, pantalones amplios y peinados prolijamente desordenados. Todo el mundo sonreía y hablaba solamente en sus grupos, formados en torno a las mesas.
Nosotros llegamos con una mezcla de olor a asado, humo y desodorante. Yo tenía puesta una gorra hasta las orejas (para ocultar el pelo sucio) y mi amigo estaba vestido con el uniforme del interior; que consiste en una camisa, pantalón discreto y zapatos náuticos. Las únicas personas que tenían ropa de color negro eran las mozas, los empleados del mostrador y yo.
Pedimos fernet (Branca) con Coca Cola y nos quedamos acodados en la barra hablando tranquilos. La situación era un poco desesperante, las posibilidades de relacionarse con alguien ajeno a nosotros dos iban disminuyendo conforme iba entendiendo el lugar. Nadie salía de la tribu de su mesa. Prendí el último cigarrillo sin ganas y decidí buscar el baño en un rincón oscuro. Era un baño extraño, en el que el espejo y el lavamanos era compartido por hombres y mujeres.
Mientras caminaba la vi y se me acumuló toda mi tendencia a las adicciones, me resultaba totalmente sensual. Irradiaba una luz tenue y estaba ahí, estática, esperando a que le de algunas monedas. Así lo hice, y tiré de la palanca para que caiga un atado de Gitanes Blondes. Saqué un pucho, lo prendí e inhalé una bocanada de humo casi eterna. Me sentí bien, realmente bien.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

mi LáPidA

No me podía dormir, tenía muchas cosas en la cabeza y no estaba dispuesto a soportarlo. No había forma de distraerme, ni de concentrarme en algo concreto. Pensamientos que volaban y se repetían y volvían y se amontonaban y que me hacían transpirar y llorar y patear las puertas y mear en la calle.
Después de manchar la pared con sangre de mis nudillos, fui hasta el escritorio, me senté y escribí: “se parecía un poco a Andy Warhol, y tenía, además, una expresión desagradable en el rostro. Tal vez como la de Andy Warhol. Ahora que lo pienso, si Andy Warhol hacía arte repitiendo latas de Sopa Campbell’s, quizás los escritores deberíamos hacer lo mismo con las palabras, casi como lo hicieron, Andy Warhol, y Andy Warhol. Y también él.
Tiré la lapicera, abrí el cajón, lo cerré y apagué la luz. Caminé lentamente. Abrí la puerta que daba al patio y salí. La noche estaba clara, y soplaba una brisa fría. Me paré sobre el césped y metí las manos en los bolsillos del saco verde. Repasé la foto que tenía en la izquierda, el mechón de pelo rubio, los anteojos negros. En la derecha tenía un Colt calibre treinta y ocho. Me lo puse en la boca, apreté el gatillo y el percutor soltó un chasquido seco.
Estaba completamente mojado y me temblaban las manos, pero mi cabeza había quedado como un cementerio clausurado. Caminé hasta el galpón, agarré una pala y empecé a cavar un pozo de medio metro de profundidad en el fondo del jardín. Tiré el revólver, le eché tierra y cuando terminé prendí un cigarrillo mientras miraba el cielo.
Entre tanto testeo de calidad electrónico, máquinas caras, obreros calificados normas ISO 40957 serie b, que falle una bala debe ser un evento completamente inusual. Quizás no, y todo haya sido un reflejo de mi pasado católico.
Lo cierto es que ese día pensé lo que quería que diga mi lápida, o en el mejor de los casos una pintada con aerosol que me recuerde (muy a lo Groucho Marx).

“Lo que tenía para decirles ya se los dije en vida, y si no fue así, no se preocupen, ya lo haré en otro momento.”

Una nota censurada

Llego al cíber, me apoyo contra el mostrador, abro un Clarín (el diario ése del muñequito rojo con la trompeta) del día anterior y sin querer caigo en la sección deportes-mejor-dicho-fútbol. Lo de “sin querer” es importante porque resulta bastante improbable que yo lea una nota de fútbol. Pero esta vez fue así y la leí.
Hablaba de la forma en que (nos) hablan los periodistas cuando quieren algo, cuando quieren convencer al gran público de algo que les importa o por lo que les pagan, u obligan o lo que sea. Y como no apuestan a ningún tipo de argumento, a ninguna cosa que racionalmente convenza a uno de que lo que dice el periodista está bien y que es así y no de otra manera (claro, el loco este tiene razón), intentan llegarnos desesperadamente al corazón.
Así fue como en la sección deportes-mejor-dicho-fútbol del diario con más estilo norteamericano del país, algún periodista explotado trató de explicar, a través de historias de vida, todo lo malo que es que la hinchada visitante no pueda ir al partido. Aún peor, que la hinchada de Boca Boca no pueda entrar en la cancha del Lobo Jujeño (creo que cualquiera que no es socio puede hacerlo). Se centraba en un Jaimito en silla de ruedas sufriendo por no poder ver a su equipo, un dirigente de Gimnasia lloriqueando la recaudación y algunas otras redundancias intrascendentes.
A mí el fútbol me chupa un huevo, el hecho en sí me chupa un huevo. Miro el mundial, alguna vez he seguido una campaña. Pero me resulta un espectáculo deportivo (no confundir con deporte) en decadencia, otro negocio que no consumo.
Lo indignante es el recurso, el pibe postrado que quiere ver a su equipo super recaudador. Habría que buscar otras historias de vida que al menos resulten más interesantes, y la cuestión es que las hay.
Le pedí al empleado del cíber que me abra una sesión en una compu, entré en la cuenta de correo y empecé a tipear como el abuelo Simpson enojado con la máquina de escribir. La respuesta me sorprendió, nunca creí que la dirección_de_correo@clarín sirviera para algo más que las burlas de la revista Barcelona.
Me mandó la nota completa, contándome que por razones de espacio (según lo que le dijo su editor de sección) la habían recortado. Tambíen me dijo que pensaba lo mismo que yo, que todo era una cagada y que innovar era un concepto olvidado en las empresas de comunicación masiva. Transcribo la nota, para que vean que los de los medios grandes son todos putos.

“Margaret es un travesti que trabajaba en la zona roja de San Salvador de Jujuy y que ahora se encuentra desempleado debido a un cáncer de ano provocado después de años de introducirse elementos de todo tipo. En este domingo caluroso de la capital jujeña, no pudo cumplir su sueño, que era el de ver a Boca en la popular, aspirar cocaína con Rafael Di Zeo y quizás realizarle una fellatio después de un gol del club de sus amores. La nueva disposición de la AFA de suprimir las hinchadas visitantes fue lo que provocó la decepción de Margaret, uno de los millones de simpatizantes del equipo azul y oro.
Después de un viaje de una hora en colectivo, sufriendo entre las gallinas que los campesinos llevan para vender en los puestos del lugar, se acercó, impulsado por la pasión, al hotel en el que concentraba el equipo visitante. Margaret tuvo su revancha. Logró lo que pocos travestis como él han logrado, viajar con su equipo en el colectivo hasta una cancha a la que no podía acceder. Y lo hizo haciendo lo que mejor sabe hacer: lamiendo los penes de todo el plantel, del equipo técnico, del chofer y de este cronista.
Adentro de la cancha no todo es alegría. Los siete mil socios que sí pudieron ver el partido se encuentran desorientados, mirando los tablones vacíos, donde debería estar inundado de banderas y alegría. Donde debería haber alguien a quién insultar.
Segismundo López tiene ochenta años, pero aparenta apentas setenta y cinco. Es socio del club desde hace años y también se siente afectado por la nueva disposición. Lleva una boina escocesa y levanta el dedo índice al contar que ‘lo que pasa es que con todo esto de la disposición es que los delincuentes ahora andan en la calle el domingo. Antes estaban todos en la cancha, gritando y chupando vino. Ahora están meando en la calle y tocándole el culo a nuestras nietas.’ Es el final de una jornada triste en Jujuy. Una vez terminado el partido, los hinchas de Boca que se agruparon afuera del estadio para ser escuchados se dispersan en silencio, con sus banderas desplegadas y con un sabor amargo, como el de las hojas de coca, rondando en el paladar.”

el blog

Le pregunté a un amigo si me daba una mano, que me asesorara para armar un blog. Tenía ganas de escribir, de pasar el rato, de no quedarme en el ciber mirando porno cuando la inmovilidad consume las horas inútiles. Horas de noches. Horas que terminan cuando el sol ilumina la ventana cerrada, cuando las luces eléctricas se pierden y con ellas la sensualidad del ambiente.
Me respondió, me pasó dos o tres links, me quedé con este. También me había dicho que podía comprar espacio para armar una página, pero costaba plata (30 pesos) y pensé que pagar el ciber ya era un gasto importante. Si, no tengo Internet en casa, como casi todo el mundo, así que voy a un lugar lleno de gente. De día, lleno de chicas chateando con niks de dos mil palabras, pibes gritando en medio de una batalla campal de Counter Strike, gente de veintipico con los juegos on line. Y a la noche el porno, mis amigos del ciber tomando mate (o coca o cerveza en termos de metal), alguno desvelado terminando prácticos de la facultad y gente de veintipico con los juegos on line.
Pinché la url, se abrió otra ventana del explorador. El sitio bien a lo Google, sin pelotudeces, poco color, dos segundos en cargar, tenga su blog en tres pasos (estaría buena un gif que diga “vos también podés, pelotudo”, generaría millones de usuarios por hora). Click, nombre (fotóxico, contracción de foto y de tóxico), click, formato, click, ya fue, tengo un blog. Seguramente de acá en adelante voy a perder horas y horas tratando de que quede como me lo imagino, y seguramente voy a entender un poco más la cosa de lo que la entiendo ahora. La consola es realmente un universo, pero que no tenga cosas innecesarias me alienta.
Lo que sí me pregunto es qué voy a escribir en este lugar, qué pasará cuando lo vea vacío o cuando me aburra, o cuando me parezca una obligación tener que colgar algo del blog. Se me ocurre que corro ese peligro, de pensar para el blog, de hacer cosas para ponerlas en el blog (analogía inmediata con “Instrucciones para dar cuerda a un reloj”, del maese Julio Cortázar). Cualquier cosa: deportes extremos, drogas extremas, sexo extremo, música extrema, palabras extremas, peleas extremas. La vida de hoy es tan extrema como el tránsito, tipo la cocainómana publicidad de “cuántas horas tiene tu día, cafiaspirina, el que trabaja en la colchonería de papá es un reverendo pelotudo”.
Pero eso (además) implicaría un diario íntimo, y no sé si publicar intimidades es un oximoron copado, porque dejan de serlo. Y hay días en los que quiero ser yo solo y nadie más.