lunes, 27 de noviembre de 2006

viaje a la luNa (parte uno)


Hace como un mes fui a visitar a un amigo a Buenos Aires. Nacimos en el mismo pueblo, pero emigré a La Plata buscando una vida sin mayores sobresaltos. El no, aunque encontró eso antes que yo. Por esas vueltas terminó viviendo solo en una fábrica de muebles en Tortuguitas, en una zona en la que no hay ni asfalto ni ruido ni otras casas. Me fue a buscar en su auto a Retiro, lugar al que llegué después de un tren rápido y un subte todavía más rápido.
El viaje hasta su casa era bastante largo, por la Panamericana hasta ruta 8 y después de un rato se llegaba. Resultó agotador por un accidente en la autopista, un camión volcado justo en la bifurcación que atoró el tránsito durante horas. Íbamos a paso de hombre, mirando las caras que conducían los otros autos, completamente agobiadas. Todas decían “quiero llegar, la reconcha de la lora”. Quizás tenían ochenta puteadas más.
En la fábrica comimos un asado al lado de la parrilla. Era un lugar muy cómodo, las máquinas apagadas dentro del galpón y nosotros en un patio iluminados nada más que por el fuego. Más allá de las cercas de alambre tejido todo era oscuridad y silencio. Cuando la hora fue la prudente, envalentonados por el vino, decidimos salir. Otra vez el auto y la autopista, aunque esta vez estaba casi desierta. El viajecito fue rápido y sin contratiempos, y llegamos hasta una especie de costanera llena de gente y estacionamientos. Metí las manos en el bolsillo, saqué el atado de cigarrillos y comprobé dos cosas: que me quedaban tres y que no había ningún lugar donde comprar más.
Era una zona bares muy bonitos, todos bien iluminados y con grandes carteles que distinguían más o menos a unos de otros. Al que finalmente entramos tenía grandes ventanales, como paredes de vidrio; luces tenues y decoraciones de neón. Nunca miré el nombre. Entramos atravesando un pasillo formado por una docena de rubias altas con remeras de Speed Unlimited. A ninguna le llegaba más allá del cuello. Nos dieron un volante que no sé qué decía porque lo abollé cuando llegué a la barra.
Lo que seguía me resultaba extraño, mucha gente sentada, parecida entre sí pero con sutiles diferencias. Parecían maniquíes muy realistas en una gran vidriera ambientada como un bar. Ellas con polleras y remeras escotadas con volados y en los pies zapatos con tacos de corcho bastante altos. Ellos con camisas rayadas, pantalones amplios y peinados prolijamente desordenados. Todo el mundo sonreía y hablaba solamente en sus grupos, formados en torno a las mesas.
Nosotros llegamos con una mezcla de olor a asado, humo y desodorante. Yo tenía puesta una gorra hasta las orejas (para ocultar el pelo sucio) y mi amigo estaba vestido con el uniforme del interior; que consiste en una camisa, pantalón discreto y zapatos náuticos. Las únicas personas que tenían ropa de color negro eran las mozas, los empleados del mostrador y yo.
Pedimos fernet (Branca) con Coca Cola y nos quedamos acodados en la barra hablando tranquilos. La situación era un poco desesperante, las posibilidades de relacionarse con alguien ajeno a nosotros dos iban disminuyendo conforme iba entendiendo el lugar. Nadie salía de la tribu de su mesa. Prendí el último cigarrillo sin ganas y decidí buscar el baño en un rincón oscuro. Era un baño extraño, en el que el espejo y el lavamanos era compartido por hombres y mujeres.
Mientras caminaba la vi y se me acumuló toda mi tendencia a las adicciones, me resultaba totalmente sensual. Irradiaba una luz tenue y estaba ahí, estática, esperando a que le de algunas monedas. Así lo hice, y tiré de la palanca para que caiga un atado de Gitanes Blondes. Saqué un pucho, lo prendí e inhalé una bocanada de humo casi eterna. Me sentí bien, realmente bien.

miércoles, 22 de noviembre de 2006

mi LáPidA

No me podía dormir, tenía muchas cosas en la cabeza y no estaba dispuesto a soportarlo. No había forma de distraerme, ni de concentrarme en algo concreto. Pensamientos que volaban y se repetían y volvían y se amontonaban y que me hacían transpirar y llorar y patear las puertas y mear en la calle.
Después de manchar la pared con sangre de mis nudillos, fui hasta el escritorio, me senté y escribí: “se parecía un poco a Andy Warhol, y tenía, además, una expresión desagradable en el rostro. Tal vez como la de Andy Warhol. Ahora que lo pienso, si Andy Warhol hacía arte repitiendo latas de Sopa Campbell’s, quizás los escritores deberíamos hacer lo mismo con las palabras, casi como lo hicieron, Andy Warhol, y Andy Warhol. Y también él.
Tiré la lapicera, abrí el cajón, lo cerré y apagué la luz. Caminé lentamente. Abrí la puerta que daba al patio y salí. La noche estaba clara, y soplaba una brisa fría. Me paré sobre el césped y metí las manos en los bolsillos del saco verde. Repasé la foto que tenía en la izquierda, el mechón de pelo rubio, los anteojos negros. En la derecha tenía un Colt calibre treinta y ocho. Me lo puse en la boca, apreté el gatillo y el percutor soltó un chasquido seco.
Estaba completamente mojado y me temblaban las manos, pero mi cabeza había quedado como un cementerio clausurado. Caminé hasta el galpón, agarré una pala y empecé a cavar un pozo de medio metro de profundidad en el fondo del jardín. Tiré el revólver, le eché tierra y cuando terminé prendí un cigarrillo mientras miraba el cielo.
Entre tanto testeo de calidad electrónico, máquinas caras, obreros calificados normas ISO 40957 serie b, que falle una bala debe ser un evento completamente inusual. Quizás no, y todo haya sido un reflejo de mi pasado católico.
Lo cierto es que ese día pensé lo que quería que diga mi lápida, o en el mejor de los casos una pintada con aerosol que me recuerde (muy a lo Groucho Marx).

“Lo que tenía para decirles ya se los dije en vida, y si no fue así, no se preocupen, ya lo haré en otro momento.”

Una nota censurada

Llego al cíber, me apoyo contra el mostrador, abro un Clarín (el diario ése del muñequito rojo con la trompeta) del día anterior y sin querer caigo en la sección deportes-mejor-dicho-fútbol. Lo de “sin querer” es importante porque resulta bastante improbable que yo lea una nota de fútbol. Pero esta vez fue así y la leí.
Hablaba de la forma en que (nos) hablan los periodistas cuando quieren algo, cuando quieren convencer al gran público de algo que les importa o por lo que les pagan, u obligan o lo que sea. Y como no apuestan a ningún tipo de argumento, a ninguna cosa que racionalmente convenza a uno de que lo que dice el periodista está bien y que es así y no de otra manera (claro, el loco este tiene razón), intentan llegarnos desesperadamente al corazón.
Así fue como en la sección deportes-mejor-dicho-fútbol del diario con más estilo norteamericano del país, algún periodista explotado trató de explicar, a través de historias de vida, todo lo malo que es que la hinchada visitante no pueda ir al partido. Aún peor, que la hinchada de Boca Boca no pueda entrar en la cancha del Lobo Jujeño (creo que cualquiera que no es socio puede hacerlo). Se centraba en un Jaimito en silla de ruedas sufriendo por no poder ver a su equipo, un dirigente de Gimnasia lloriqueando la recaudación y algunas otras redundancias intrascendentes.
A mí el fútbol me chupa un huevo, el hecho en sí me chupa un huevo. Miro el mundial, alguna vez he seguido una campaña. Pero me resulta un espectáculo deportivo (no confundir con deporte) en decadencia, otro negocio que no consumo.
Lo indignante es el recurso, el pibe postrado que quiere ver a su equipo super recaudador. Habría que buscar otras historias de vida que al menos resulten más interesantes, y la cuestión es que las hay.
Le pedí al empleado del cíber que me abra una sesión en una compu, entré en la cuenta de correo y empecé a tipear como el abuelo Simpson enojado con la máquina de escribir. La respuesta me sorprendió, nunca creí que la dirección_de_correo@clarín sirviera para algo más que las burlas de la revista Barcelona.
Me mandó la nota completa, contándome que por razones de espacio (según lo que le dijo su editor de sección) la habían recortado. Tambíen me dijo que pensaba lo mismo que yo, que todo era una cagada y que innovar era un concepto olvidado en las empresas de comunicación masiva. Transcribo la nota, para que vean que los de los medios grandes son todos putos.

“Margaret es un travesti que trabajaba en la zona roja de San Salvador de Jujuy y que ahora se encuentra desempleado debido a un cáncer de ano provocado después de años de introducirse elementos de todo tipo. En este domingo caluroso de la capital jujeña, no pudo cumplir su sueño, que era el de ver a Boca en la popular, aspirar cocaína con Rafael Di Zeo y quizás realizarle una fellatio después de un gol del club de sus amores. La nueva disposición de la AFA de suprimir las hinchadas visitantes fue lo que provocó la decepción de Margaret, uno de los millones de simpatizantes del equipo azul y oro.
Después de un viaje de una hora en colectivo, sufriendo entre las gallinas que los campesinos llevan para vender en los puestos del lugar, se acercó, impulsado por la pasión, al hotel en el que concentraba el equipo visitante. Margaret tuvo su revancha. Logró lo que pocos travestis como él han logrado, viajar con su equipo en el colectivo hasta una cancha a la que no podía acceder. Y lo hizo haciendo lo que mejor sabe hacer: lamiendo los penes de todo el plantel, del equipo técnico, del chofer y de este cronista.
Adentro de la cancha no todo es alegría. Los siete mil socios que sí pudieron ver el partido se encuentran desorientados, mirando los tablones vacíos, donde debería estar inundado de banderas y alegría. Donde debería haber alguien a quién insultar.
Segismundo López tiene ochenta años, pero aparenta apentas setenta y cinco. Es socio del club desde hace años y también se siente afectado por la nueva disposición. Lleva una boina escocesa y levanta el dedo índice al contar que ‘lo que pasa es que con todo esto de la disposición es que los delincuentes ahora andan en la calle el domingo. Antes estaban todos en la cancha, gritando y chupando vino. Ahora están meando en la calle y tocándole el culo a nuestras nietas.’ Es el final de una jornada triste en Jujuy. Una vez terminado el partido, los hinchas de Boca que se agruparon afuera del estadio para ser escuchados se dispersan en silencio, con sus banderas desplegadas y con un sabor amargo, como el de las hojas de coca, rondando en el paladar.”

el blog

Le pregunté a un amigo si me daba una mano, que me asesorara para armar un blog. Tenía ganas de escribir, de pasar el rato, de no quedarme en el ciber mirando porno cuando la inmovilidad consume las horas inútiles. Horas de noches. Horas que terminan cuando el sol ilumina la ventana cerrada, cuando las luces eléctricas se pierden y con ellas la sensualidad del ambiente.
Me respondió, me pasó dos o tres links, me quedé con este. También me había dicho que podía comprar espacio para armar una página, pero costaba plata (30 pesos) y pensé que pagar el ciber ya era un gasto importante. Si, no tengo Internet en casa, como casi todo el mundo, así que voy a un lugar lleno de gente. De día, lleno de chicas chateando con niks de dos mil palabras, pibes gritando en medio de una batalla campal de Counter Strike, gente de veintipico con los juegos on line. Y a la noche el porno, mis amigos del ciber tomando mate (o coca o cerveza en termos de metal), alguno desvelado terminando prácticos de la facultad y gente de veintipico con los juegos on line.
Pinché la url, se abrió otra ventana del explorador. El sitio bien a lo Google, sin pelotudeces, poco color, dos segundos en cargar, tenga su blog en tres pasos (estaría buena un gif que diga “vos también podés, pelotudo”, generaría millones de usuarios por hora). Click, nombre (fotóxico, contracción de foto y de tóxico), click, formato, click, ya fue, tengo un blog. Seguramente de acá en adelante voy a perder horas y horas tratando de que quede como me lo imagino, y seguramente voy a entender un poco más la cosa de lo que la entiendo ahora. La consola es realmente un universo, pero que no tenga cosas innecesarias me alienta.
Lo que sí me pregunto es qué voy a escribir en este lugar, qué pasará cuando lo vea vacío o cuando me aburra, o cuando me parezca una obligación tener que colgar algo del blog. Se me ocurre que corro ese peligro, de pensar para el blog, de hacer cosas para ponerlas en el blog (analogía inmediata con “Instrucciones para dar cuerda a un reloj”, del maese Julio Cortázar). Cualquier cosa: deportes extremos, drogas extremas, sexo extremo, música extrema, palabras extremas, peleas extremas. La vida de hoy es tan extrema como el tránsito, tipo la cocainómana publicidad de “cuántas horas tiene tu día, cafiaspirina, el que trabaja en la colchonería de papá es un reverendo pelotudo”.
Pero eso (además) implicaría un diario íntimo, y no sé si publicar intimidades es un oximoron copado, porque dejan de serlo. Y hay días en los que quiero ser yo solo y nadie más.