martes, 20 de marzo de 2007

viaje a la luNa (parte dos)

Cinco vasos de fernet más tarde la noche dio un vuelco anhelado. Estábamos decididamente excitados, podíamos hablar con cualquiera de cualquier cosa, hacer lo que quisiéramos. De repente nos encontrábamos rodeados por un grupo de chicas que nos miraban sonriendo y bailaban al ritmo de una música electrónica que de a poco iba subiendo de intensidad. El DJ se movía en la cabina con un trago en una mano y la otra sobre la consola. Lo alenté con mi puño levantado mientras pegaba saltitos. El golpe repetitivo del bombo (pum, pum, pum) tronó desde los parlantes. Más de uno saltó y aulló de la forma más vistosa posible.
La gente nos miraba, nos deseaba. Éramos los fundadores de una fiesta espontánea. Las luces pálidas de ambiente fueron cambiadas por luces rítmicas que teñían el lugar de rojos, amarillos y azules.
A un costado mi amigo bailaba entre dos chicas que cruzaban sus piernas entre las suyas. Todo era una masa de piel sudada que se escapaba de la ropa. Les murmuraba cerca del oído y ellas respondían pegando grititos y frotando su cuerpo contra el suyo. Un flaco alto con anteojos de sol y los pelos parados con gel se acercó rebotando.
_ ¡Paisa! –gritó- ¡Dejame ser tu amigo!
_ Patético –murmuró mi amigo, mientras escondía su cara entre el pelo de una morocha que empezaba a sonreír.
Sentí dos manos en la cintura, empecé a mover la cadera y el cuerpo detrás de mí siguió el ritmo. Me di vuelta y era hermosa, tenía una musculosa negra estampada con letras plateadas que decía “sexy girl” (y con razón). Era chiquita, sus formas redondeadas le daban una gracia natural. Me miraba desde debajo de un flequillo rubio con unos ojos verdes muy vivaces. La miré y me quedé bailando con ella, en silencio y sin dejar de sonreír. Para cuando empecé a hablar estaba como Jimi Hendrix con máquina y Pro Tools. Mi retórica era implacable, una de esas noches en que todas las palabras caen una atrás de otra y terminan por armar frases geniales. Me calentaba hasta a mí mismo.
La charla fue corta, había que levantar mucho la voz. Me contó sin pudor que tenía treinta y pico, que hacía dos meses estaba divorciada y que quería recuperar el tiempo perdido. Como no me importaba la agarré del mentón y la besé con fuerza, metiéndole la lengua en la boca.
Un rato más tarde estábamos en un sillón, ella se había sentado arriba mío y no dejábamos de besarnos. Me acariciaba el pelo y yo oscilaba entre rozar con mis dedos la parte baja de la cintura, el cuello y las piernas.
_ Me gustás nene –susurró.
_ Copado –la besé en la mejilla- vos a mí también.
_ ¿Vamos?
_ ¿Dónde querés ir? –levanté una ceja.
_ A mi casa –me mordió la oreja- en mi auto.
_ Y dale, yo ando a pata.
Cuando me estaba yendo, mi amigo estaba inmerso en un beso acuoso que interrumpió al verme. Lo saludé de lejos mostrándole el celular. Me señaló sonriendo con el dedo índice sin dejar de bailar.
Tenía un Rover 420 verde, impecable. Puso un CD de David Bowie, Reality; giró la llave y aceleró. Le dije que me gustaba mucho el auto y me preguntó si quería manejar. Asentí, frenó y mientras nos cambiábamos de lugar sin bajarnos del auto la agarré del culo y la apoyé. Me sintió y me besó toda su lengua. Una vez que nos sentamos cada uno en su lugar, me puse el cinturón de seguridad y me indicó el camino. Me dijo que vivía en un country en Pilar, una de las cosas que le habían quedado de la división de bienes.
Cuando subimos a la autopista me estaba chupando el cuello mientras me tocaba la entrepierna. Me desprendió el pantalón y hundió la cabeza entre mi estómago y el volante. Por las dudas disminuí la velocidad. Empezaba a amanecer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ahhh!!!

Anónimo dijo...

FESTEJO SU REGRESO.
HOY, ME SACÓ DE LA NORMALIDAD, QUE NO ES MUY NORMAL. (YA QUE ESTAMOS).
SALUDOS.

EL COLECCIONISTA