martes, 20 de marzo de 2007

viaje a la luNa (parte tres)

Cuando llegamos a Pilar se calzó unas gafas de sol y volvió a manejar. Era un lugar apartado, rodeado de una gran muralla coronada con garitas de seguridad. Estacionamos frente a un portón de hierro forjado, nos cruzó un guardia morocho con un uniforme color marrón y cara de cansado. Una nueve milímetros asomaba de una cartuchera que colgaba del pantalón.
_ Buenos días –tenía una planilla en la mano-. ¿Viene acompañada?
_ ¿Como le va Bermúdez? –lo saludó con la mano.
_ ¿Me permite el DNI del caballero?
_ No tengo –mentí.
Ella sacó un billete de 50 pesos, el guardia asintió con la cabeza y el portón se movió lentamente. El auto entró despacio por una ruta asfaltada rodeada de árboles que cruzaba un parque todo verde. El camino se bifurcó, un cartel de madera indicaba que hacia la izquierda estaba el Country Club, doblamos hacia la derecha. Después tomamos una calle de ripio que se sumergía en un pequeño bosque. El trayecto terminó en un garage con una puerta pesada de madera que la rubia abrió presionando un botón del llavero.
Bajamos y entramos a lo que parecía una cocina en penumbras. La levanté de las nalgas contra la pared más cercana y me abrazó dándome besos frenéticos. La saliva excedía nuestras bocas y se expandía por el cuello y la cara.
Su cuerpo desnudo parecía frágil y su piel apenas había perdido la textura tersa de los veinte años. Lo hicimos por todos lados; sobre la mesa de algarrobo, en el futón del living y también en todos esos lugares de una casa grande que no sé cómo se llaman. Estaba desesperada, quería más y más y yo tenía ganas de darle todo.
Cuando terminamos era de día. Estábamos cansados y desnudos fumando un cigarrillo en la cama. Lo único que rompía el silencio eran los chirridos de los pájaros.
Me desperté, estaba solo y el sol había cambiado de lugar. Caminé hasta el baño, me lavé las manos, la cara e hice buches con dentífrico. Bajé despacio la escalera, cuidándome de que no hubiese nadie.
Dos horas más tarde estaba en Constitución comprando un diario para matar el tiempo mientras esperaba el tren. La gente se amontonaba en los andenes entre olor a choripán y mugre. Ni bien frenó la locomotora subimos todos empujando, con la esperanza de encontrar algún lugar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizas logré convencerte, aunq sea para "publicar" algo...un gusto leerte, como spe.